home
***
CD-ROM
|
disk
|
FTP
|
other
***
search
/
Spanish Scene 2
/
SpanishScene2.iso
/
VARIOS
/
RELATOS
/
DIR_ISO_VARIOS
/
agaire.txt.ISO
< prev
next >
Wrap
Text File
|
1997-02-13
|
21KB
|
412 lines
----------------------------------------------------------------------------
Boletín de El Libro de Arena
Tema: Relato de Ciencia Ficción
Puesto o actualizado el 9 de septiembre de 1990
----------------------------------------------------------------------------
Pasaje de ida al agaire
Eduardo J. Carletti
Leandro es un chico muy especial; siempre le gustaron más los aparatos
mecánicos o electrónicos que iba sacando de la montaña de restos de mi
taller que su propia colección de juguetes. Pero esto no es lo más im-
portante; no quiero confundirlos y hacerles creer que algo de lo ocu-
rrido tiene relación con la mecánica o la electrónica, no, ni siquiera
es cuestión de física avanzada. Lo que quiero decir es sólo eso: que
él es muy especial, y no porque arme y desarme equipos electrónicos y
sepa explicar a su manera un tanto fantasiosa cómo funcionan, ni
tampoco porque a los tres años se conociera de memoria las partes de
un motor a explosión y para qué sirven, sino porque es especial y algo
más: tiene mucha imaginación.
Pero me estoy yendo de tema.
Lo principal empieza con el asunto del agaire.
Un día estaba reparando un transmisor, concentrado en descifrar
la sección moduladora de frecuencia, cuando Leandro vino, se sentó a
mi lado y se quedó mirando lo que hacía sin decir ni a.
Y eso me puso los pelos de punta.
¿Que por qué?
Imagínense una máquina de hacer fideos girando a dos mil revolu-
ciones por minuto, conectada a un tubo de alimentación continua, y ki-
lómetros y kilómetros de tallarines fresquitos, pegajosos, enroscán-
dose alrededor de sus cabezas, metiéndose en sus orejas, tapándoles la
vista hasta ponerlos histéricos... Luego transformen los fideos en pa-
labras y...
Así es Leandro cuando viene a mi taller: una máquina de hacer
preguntas y (lo que es peor) una máquina de dar instrucciones.
Bien. El día del agaire no dijo nada. Yo sentía una sensación de
tirantez insoportable, de compresión, como si estuviese por desatarse
un huracán. Todos los pelos de mi cuerpo se habían puesto rígidos, lo
que me hacía unas cosquillas insoportables y me molestaba más que las
preguntas. Así que lo encaré y le dije:
¡Glup!
(De acuerdo, me dirán que no era lo más correcto para la situa-
ción, que qué quería decir yo con eso de ¡glup!, pero se están apresu-
rando, porque aquel ¡glup! fue en realidad el sonido mejor articulado
que pude articular cuando vi esa cosa que había traído Leandro del
agaire. Y no exagero.)
La Cosa no era más que una cosa. Y no es una redundancia, porque
cuando uno no puede definir un objeto con menos de cinco palabras ese
objeto es una cosa.
Ahora bien, trataré de describir la cosa que trajo Leandro del
agaire con un mínimo de palabras:
Era algo brilloso, húmedo, transparente, mullido, cálido, colo-
rido, suave, viscoso, liviano, extraño, plácido, desamparado, frágil,
mimoso, informe (con todo el valor que implica la palabra) y más que
nada (o más que todo) simpático. Leandro lo llevaba en las manos y lo
acariciaba con dulzura, mientras la cosa del agaire temblaba de placer
y se estiraba lo más posible contra la superficie de sus manitos.
Y hacía run-run, igual que los gatos.
Leandro hizo ¡jí!, me miró fijo y preguntó:
¿Te gusta?
Yyyyyy... (mientras pensaba qué podía decir acerqué un dedo y
la cosa me lo chupó un poquito) ...es lindo, pero...
Lo traje del agaire contestó antes de que le preguntara.
¿El agaire? ¿Y eso qué es?
Bueno dijo Leandro un poco enojado (nunca le gustó mucho ex-
plicar cosas). Es algo que inventé yo. Un lugar que me gusta...
(Entonces, no sé por qué, recordé que un día, cuando tenía tres
años y medio, clavó su dedito índice en el piso y me dijo muy serio:
"Este mundo no me gusta", y yo no le presté atención.)
Pero no me vas a decir que a eso señalé la cosa (y la cosa
quiso chuparme el dedo otra vez) también lo inventaste vos...
Leandro encogió los hombros y levantó las dos manos (la cosa se
había colgado de su cuello y lo besuqueaba por debajo de la oreja), y
después explicó:
Bí vino del agaire conmigo. Me quiere mucho.
¿Bí? (La cosa me miró. Y no me pregunten con qué, pero me
miró.)
Leandro puso cara de enojado. No le gusta que le pregunten cosas
obvias, así que tuve que aceptar que esa cosa del agaire se llamaba
Bí.
Respiré hondo y me preparé a cualquier cosa. Después pregunté:
Leandro... ¿el agaire qué es... un algo o un dónde?
Leandro dijo uf, dio media vuelta y se fue.
INTERVALO
...en el cual traté de acomodar un poco mis pensamientos y defi-
nir qué estaba pasando...
Hasta que llegué a la conclusión de que estaba soñando o...
(en ese momento probé a despertarme con la punta del soldador, y
les aseguro que me quemé)
...o que existe en algún lugar una cosa brillosa, húmeda, trans-
parente, colorida, mimosa (etc., etc.) y sobre todo simpática y que
esa cosa, fuera como fuese, estaba pegada a Leandro y se llamaba Bí. Y
créanme por favor, no pude creerlo.
El cuarto de Leandro estaba casi como siempre. A la derecha una
estantería hasta el techo llena de cajas con juguetes, a la izquierda
la ventana, en el suelo dosmillonestrescientoscincuentamil chirimbolos
y al frente la pared donde se apoyaba la cama, donde Marta y yo había-
mos pegado un montón de posters coloridos y donde, a pedido especial
de Leandro, yo había sobrepuesto un lujoso mural de la compañía en que
trabajaba, al que Leandro y yo llamábamos en secreto el monstruo.
Pues bien: casi todo estaba igual, salvo que el "monstruo" no es-
taba y en lugar de él nada más y nada menos que...
OTRO INTERVALO...
(...en el cual busco y rebusco en mi mente las palabras que me
sirvan para definir aproximadamente aunque sea lejanamente, espero
lo que vi, y por fin decido que tal vez lo más apropiado podría
ser...)
...un agujero.
Claro que un agujero no es una cosa del otro mundo (a menos que
hablemos de agujeros negros en el espacio u otros orificios menos de-
finibles del mundo subatómico), pero este agujero sí lo era, ya que a
pesar de que lo voy a llamar agujero, estoy seguro, segurísimo, eso no
era un agujero ni nada que se parezca remotamente, sólo que voy a lla-
marlo así porque a mí me pareció nada más y nada menos que un hermoso
y saludable agujero en la realidad.
Estaba ahí, pegado sobre el magnífico mural (que Dios sabe lo que
me costó conseguir) y me mostraba sus profundidades húmedas (y
rosado-violáceas, diría) con total desparpajo de agujero en la nada
que no tiene más preocupaciones (tal vez) que la de no resbalarse y
quedarse pegado en algún lugar que fuera (a su gusto) menos digno de
él. Porque (y es por eso que dejé de creer en él como agujero a secas)
estaba nada más y nada más que en el mural, ya que cuando quise
apoderarme de lo que creí eran los restos de mi hermosa foto, levanté
el rectángulo de cartulina de la pared y vi (y aquí sí que no me van a
creer) que por atrás no estaba agujereado en absoluto, que seguía
siendo un rectángulo lustroso de cartulina sin agujero, mientras que
por delante nuestro famoso engendro seguía deleitándose con arruinar
mi querido monstruo, recortándole un perfecto círculo de un metro o
más.
Entonces vi a Leandro que venía avanzando por el agaire y...
(PERDONENME, PERO YA ERA DEMASIADO)
...me desmayé.
Marta trajo el desayuno y (como siempre) Leandro y yo peleamos por la
crema de chocolate. Al final (como siempre también) perdí y me quedé
con la porción más chica (y tengo que confesar que es frustrante). Le-
andro se la comió entre sonrisas y miradas pícaras, mientras yo revol-
vía el café con leche con una galletita.
Y pensaba.
Me había despertado de golpe en el piso del cuarto de Leandro, me
había levantado de inmediato y había encontrado a mi hijo jugando con
un viejo giradiscos Garrard. Y entonces me había entrado la duda.
¿Había sucedido de verdad esa locura o yo me había golpeado (no
es difícil tropezar en ese cuarto y terminar por el suelo) y había so-
ñado durante el desmayo?
Deduje que debía haber sido así, ya que el mural estaba intacto,
con la MAG99 enterita, rodeada de su corte de periféricos. Pero, ¿cómo
había aparecido yo en el cuarto de Leandro si había estado trabajando
con el transmisor y no me acordaba de haberme movido sino después de
haber empezado la alucinación? ¿Tan fuerte me había golpeado?
Leandro, ¿cómo me caí? le había preguntado.
No sé. (No levanta la vista. Está concentrado en sacar un
tornillo que sostiene el brazo de la cápsula.)
¿Venía caminando o estaba parado acá?
No sé. (Ahora se esfuerza visiblemente. El destornillador se
zafa una y otra vez.)
¿Y vos dónde estabas?
Por ahí. (Ya abandonó. Ahora tironea con una pinza.)
¿Y no viste cuando me caí?
No. (Saca la pieza y la pone junto a otro montón de fierre-
río.)
¡Al diablo! había gritado yo entonces, fuera de mí, mientras
pateaba el Garrard con bronca.
Leandro me había mirado con asombro, se había levantado haciendo
pucheros y se había ido a decirle a su mamá que yo no lo quería. Des-
pués ella había logrado una reconciliación amistosa (como siempre) y
por aquella noche nos habíamos olvidado de los viejos rencores.
Ahora Leandro me miraba y se reía, mientras comía su taza de
crema de chocolate.
¿Y Bí? ¿Cómo anda?
Leandro me miró con picardía y dijo (canturreó):
Biri biri biri biri (como siempre que quiere escaparse de un
tema que no le interesa tratar).
¿Biri eh? dije yo, levantándome con aire de amenaza, pero...
Y AQUI EL INTERVALO ES CENSURA EN PROTECCION DE LA INTIMIDAD FAMILIAR.
...como siempre salí perdiendo yo (Marta es súper rápida cuando
Leandro y yo nos peleamos) y tuve que quedarme con la duda hasta que
volví del trabajo.
INTERVALO (TRABAJANDO)
(Durante el cual recuerdo una y mil veces a Leandro viniendo ha-
cia mí, nadando de a ratos un estilo pecho impecable y volando en
otros en un estilo que reconozco desconocer a través del interior
rosado-violáceo del agujero y, es curioso, ya no siento el pánico que
en ese momento me hizo desmayar...)
(...Tal vez porque ya no puedo creerlo y prefiero autoconvencerme
de que todo ha sido un sueño. Así que regreso a casa tranquilo, espe-
rando que de vuelta a la normalidad Leandro me grite en las orejas
mientras yo me dedico a mis aparatos.)
Entro a casa silbando, saludo a la perra (tengo una perra chi-
quita que se acuerda de mí únicamente cuando vuelvo a casa) y luego a
mis dos amores, por orden de aparición. Un beso a Marta y (hmmmmm)
apretón. Un "¿Qué tal, cómo te fue?" "Bien, todo como siempre, ¿y por
acá?" "Bien, bien. Leandro está jugando en el cuarto". Entonces apa-
rece él. Besuqueo de Leandro mientras me escarba los bolsillos, pero
yo no le doy el gusto: tengo escondido un paquetito de caramelos en el
portafolio para después de cenar; y finalmente me siento y tomo un
café, mientras ellos desaparecen momentáneamente con destino a sus
ocupaciones hogareñas.
Entonces empieza a roer mis pensamientos un gusanito de duda.
Siento ganas de espiar el cuarto de Leandro y me voy corriendo (des-
calzo, para no hacer ruido) para allá. Entro y...
INTERVALO
...en el cual me estremezco tratando de asimilar todo el terror
del primer contacto y...
INTERVALO 2
...durante el cual trato una vez más de darme cuenta de por qué
me da tanta vergüenza cuando recuerdo que...
INTERVALO 3
...en el que decido que debo estar confundiéndolos, ya que no sa-
ben que al entrar al cuarto de Leandro...
...choco con una cosa brillosa, húmeda, transparente, mullida,
cálida, colorida, suave, viscosa, liviana, extraña, mimosa, frágil,
desamparada, informe, simpática y más que nada (o más que todo)
ENORME. Choco, me caigo, y la cosa no sólo no se enoja (o gruñe, o
protesta, o se escapa) sino que se tira encima de mí (y entonces des-
cubro que aquella calificación de liviana es la pura verdad) y empieza
a acariciarme con un desparpajo total, hasta lo más íntimo de mi ser.
Y puedo asegurarles que la descarada sabía lo que hacía.
Me siento envuelto por el placer. La cosa derrocha en mí un amor
tan inmenso que me deja atontado y luego, sin que pueda precisar en
qué momento, se va por no sé dónde. Yo tengo que correr al baño a lim-
piarme (la cosa había logrado que me pasara algo que no me ocurría
desde mi adolescencia) y luego, enojado, vuelvo a la carga al cuarto
de mi pequeño monstruito, para encontrarme con su cara inocente mirán-
dome y esperando lo peor (pero nada más; y ustedes saben a nada de qué
me refiero).
Leandro... digo con lentitud, mientras pienso en esa cosa, en
su modo de actuar improcedente que no me gusta, no me gusta nada, pues
me la imagino a Marta entre sus ¿brazos? movedizos y acariciantes y un
puñal de celos se clava en mi corazón, ya que de pronto sospecho que
esa cosa no tiene sexo ni nada que se le parezca, sino que acaricia
porque sí, porque le viene bien, pero igual no me gusta, no; no la
puedo imaginar a Marta teniendo un orgasmo con nadie (o nada) que no
sea yo, maldito sea (y juzguenmé posesivo si les parece, pero es así);
de modo que decido poner punto final a toda esa locura: Leandro,
¿quién era eso? ¿Bí?
Leandro me mira con cara de incomprensión.
¿Eh? dice, haciéndose el inocente.
No te hagas el tonto. ¿Qué era ese monstruo que se me tiró en-
cima recién? ¿Podés explicarme?
Ese era Plip dice sencillamente mi crío, mientras mira de re-
ojo el mural. Vino de paseo desde el agaire.
Muy bien, muy bien digo con tranquilidad pasmosa (pero estoy
por explotar), ahora me vas a explicar qué es el agaire y de dónde
aparecen esos monstruos acaramelados y pegajosos que te estás trayendo
para jugar, ¿eh?
Bueno.
Muy bien. Empecemos por el agujero... ¿Dónde está?
Ahí dice Leandro, al mismo tiempo que hace chasquear los de-
dos.
Y ahí está.
¿De... de dónde aparece? pregunto yo, ya no tan seguro de mí.
Leandro pone cara de erudito y se lanza a explicar.
El agaire lo hice yo; es un lugar que me gusta. Hago así
(chasquea los dedos) y aparece (el agujero no se inmuta: ya está
ahí), y después así (chasquea otra vez los dedos) y desaparece
(y el agujero se esfuma).
Así de sencillo.
Pero... pero...
Papi...
¿Eh?
¿A vos te gusta este mundo?
(Me quedo mudo; entonces Leandro sigue.)
Yo quería un mundo así, así que me lo fabriqué y chau.
Pero, ¿cómo?
Lo pensé.
Pero pensándolo nada más no se fabrica un mundo digo yo, aun-
que no estoy tan seguro.
Bueno, además tengo que hacer así (y hace dos veces el famoso
ruidito con los dedos, lo que causa la aparición y desaparición del
agujero rosado-violáceo que tan frecuentemente arruina mi mural), y
el cerebro se ocupa de todo.
(Y no crean que no sabe de lo que habla, ya que recuerdo que un
día empezó a interesarse por las cosas que tenía adentro y me volvió
loco preguntándome, hasta que opté por comprarle un juego de plástico
que mostraba en múltiples colores todas las intimidades horribles del
cuerpo humano; de modo que sabe muy bien qué es el cerebro y para qué
sirve. No lo duden.)
O sea que hacés todo con la mente aclaro yo.
Sí, con el cerebro afirma con gracia, mientras que con la ex-
presión parece querer decir que es muy sencillo; pero yo no me lo
creo.
Lea... aaay! digo yo (y tengo que explicarles que me sale así
porque en ese momento siento que alguien me chupa el dedo gordo del
pie no olviden que estaba descalzo y... ¿adivinen quién era?)
...me encuentro a Bí muy amorosamente dedicado a hacer lo que
dije antes con una fruición tal que parece que en ello se le fuera la
vida. Entonces no aguanto más; levanto a Bí en mis manos (está ha-
ciendo run-run escandalosamente), se lo pongo a Leandro delante de los
ojos y le digo:
¡Bueno, basta! Quiero que devuelvas estas cosas a su lugar, sea
lo que sea y sea donde sea, y que no vuelvas a traerlas, ¿entendiste?
Leandro dice sí con un movimiento mudo y agarra a Bí (lo veo con
cara de derrota y es vergonzoso pero me siento feliz) y se lo
lleva para el lado del mural.
Y no quiero ver más a ese agujero asqueroso machaco yo.
Pero pa...
Nada. Ni una palabra más.
Leandro se sube a la cama, chasquea los dedos y se para frente a
la entrada del agaire. Tira a Bí adentro (Bí se esfuma en cuanto pasa
al interior del agujero), titubea un momento y me dice:
Chau papi. Te quiero mucho...
Entonces salto como un muelle de acero y le rozo un pie con la
punta de los dedos de mi mano derecha en el mismo momento en que él se
zambulle en el agaire, pero no llego a agarrarlo. Veo a Leandro nadan-
do y alejándose (aunque en la perspectiva extraña de ese mundo no lo
veo alejarse, en realidad, sino que me parece ver que sus proporciones
disminuyen gradualmente hasta que se convierte en un puntito tembloro-
so en la inmensidad rosado-violácea), y no sé qué hacer...
(entonces pienso)
...y meto una mano en el agaire (la sensación es deliciosa y ti-
bia, parecida a un sol de primavera o a una brisa de verano), pero no
me decido a hacer nada más; al fin y al cabo ese no es mi mundo y no
sé cómo puede reaccionar ante mi invasión. De pronto siento que algo
me pellizca y dice ¡jí! y saco la mano muy rápido, como si me hubiese
quemado. En el mismo instante el agaire desaparece delante de mis ojos
para ceder lugar a la MAG99, que por momentos me parece un mono elec-
trónico gigantesco que me hace guiños con sus luces (y los guiños me
recuerdan a Leandro...)
...(así que me pongo a gritar como un loco.)
(GRITOS)
Estoy tirado en el suelo. Marta sostiene mi cabeza contra su pe-
cho, haciendo que me sienta como un bebé. Yo hablo, digo dieciochomil
pavadas. Divago.
Y poco a poco me tranquilizo.
Entonces ella me pregunta y yo le explico. Le cuento lo de Bí,
Plip y el agaire (y recién ahí me doy cuenta de que agaire es
agua-aire, un lugar donde nadar y volar sin peligro, cómodamente, y
comprendo también que se adapta tanto a la personalidad de Leandro
como la dulzura de sus criaturas. Se lo explico a Marta. Veo lágrimas
en sus ojos) y aunque les parezca mentira ella me cree (bueno, estudió
física y química en su carrera es bioquímica y conoce todas esas
cosas extrañas. Ya saben: el electrón que pasa por dos lugares al
mismo tiempo o todas esas partículas inmensas que son muchísimo más
grandes que los núcleos donde habitan, y esos túneles increíbles en la
nada, y las cosas virtuales...)
Nos abrazamos y lloramos en silencio.
Y transcurre un buen tiempo durante el cual tratamos de encontrar
un modo de hacer volver a Leandro. Pensamos y pasa el...
TIEMPO
.
.
.
y después llegamos a la conclusión de que quizás la única forma
de encontrarlo es que vuelva por su cuenta o tal vez...
INTERVALO
...en el cual escribo esto lo mejor que he podido, antes de in-
tentar abrir mi propia puerta al mundo de Leandro, y pruebo a chas-
quear los dedos de mil modos diferentes.
Pruebo y pruebo
pero hasta ahora no
logro más que cansarme las manos.
Pero
no puedo dejar de hacerlo.
Los ojos de ella mirándome mientras yo
pruebo
son terribles.
Los dos queremos volver a ver
a Leandro...
Por eso pruebo y pruebo
entre línea y línea de esta historia
yo pruebo
y de pronto
¡ !
veo el agujero que parpadea y
aparece y desaparece
hasta que
¡ ! ¡ ! ¡ !
se queda ahí y...
INTERVALO
...en el que llamamos a gritos a Leandro por la abertura en el
mural y entonces sentimos que él se ríe y nos llama...
...y en el cual decidimos ir a buscarlo porque...
Pensamos que es posible traerlo de vuelta, aunque a lo mejor pre-
firamos quedarnos, ya que...
...al fin y al cabo a nosotros TAMPOCO nos gusta este mundo.
(Y por las dudas no se queden esperando a que termine esta histo-
ria.)
Fin del boletín, gracias por leerlo.