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1997-02-13
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114 lines
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Boletín de El Libro de Arena
Tema: Experiencia de un viaje a España
Puesto o actualizado el 4 de noviembre de 1991
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El presente artículo apareció en SCIENCE FICTION CHRONICLE
de Septiembre de 1991. Traducción: Joan Manel Ortiz
España. Abril 1988. Aparentemente no podía evitar ir a
España. En la mañana del 20 de abril llegamos a Barcelona. Yo
había finalizado mi novela "AT WINTER'S END", y necesitaba algún
tipo de vacaciones, y mis exhaustivos últimos viajes a Europa ya
estaban lejanos en mi memoria. Además, yo nunca había estado en
España. Ni Karen.
El problema es que aquí han aparecido infinidad de
advertencias --guías, artículos de revistas, artículos de
periódicos-- sobre la criminalidad en las calles en la España
post-franquista. Nos avisaban del peligro de dejar cosas a la
vista desde fuera en el interior del coche, evitar a toda costa
calles mal iluminadas, llevar los bolsos bien sujetos y cerrados
constantemente, depositar cualquier cosa valiosa que poseyéramos
en la caja fuerte del hotel etc etc... una paranoia. Yo nunca he
sido particularmente tímido en las ciudades extranjeras, no en
vano he vivido durante algunas décadas en Nueva York, pero el
viaje español comenzaba a sonar como una expedición sangrienta
a Harlem. Así que pusimos en las maletas solo algunas prendas que
consideramos que podíamos perder sin sentirlo mucho, convencidos
de que íbamos a ser robados en el coche en algún punto entre
Sevilla y Granada, y Karen llevó consigo únicamente bisutería
menor. Pero resultó que, naturalmente, los bandidos debían estar
de vacaciones todos al mismo tiempo ese mes y no nos encontramos
a ninguno de ellos, ni tuvimos ningún problema de los que tanto
nos habían advertido. De todos modos los primeros 10 días fuimos
hiperprecavidos, hasta el punto de que Karen no quería sacar la
cámara por si se la robaban. Entonces descubrimos que las
ciudades españolas, al menos en el período en que vivimos allá,
no son más peligrosas que las americanas, y probablemente lo sean
todavía menos. No dudo de que habrán rateros caza-turistas en la
catedral y los carteristas harán buenos negocios, pero desde
luego el grado de peligrosidad de cualquier ciudad española no
creo que supere ni de lejos cualquier ciudad de la costa este
americana.
Lo más duro del viaje a España fue el ajustarse a su muy
diferente ritmo de vida. Yo estoy acostumbrado a levantarme muy
temprano, tomar un potente desayuno, comer ligeramente a mediodía
(sobre las 12), y una buena cena sobre las 7,30. En España el
desayuno es inexistente. Al mediodía hacen la mejor comida del
día, y lo que es peor, es imposible tomarla antes de las 2 (y
solo hasta las 4), y la cena, que es también potente, nunca
comienza antes de las 10 o las 11. Sin intentar desviarme de la
rutina nacional, la única manera que tenía de comer como estabas
acostumbrado en tu casa era comprar comida en la tienda y
cocinármela en la habitación del hotel. Afortunadamente era
posible conseguir algunos suministros en el restaurante del
hotel, que nos proveían de café, chocolate y dónuts. Los
españoles nunca tienen hambre antes de las 10 o las 11 de la
mañana, e incluso entonces sólo toman rápidamente un pequeño
tentenpie, una empanada o un pequeño sandwich. Los restaurantes
comienzan a abrir sus puertas sobre la 1 o la 1,30 y hay algunos
terroristas que no lo hacen antes de las 2. La comida es de una
amplia oferta: sopa, ensalada, entrantes (muchos ofrecen pescado,
y paella, el gran plato del sur), postre y, claro, la botella de
vino. Dado que los museos y tiendas cierran entre la 1 y las 4
o las 5 (según en que ciudad), no teníamos nada más que hacer que
comer. Abundantemente.
Entonces el mundo comienza a girar y a vivir (hay 4 horas
por día en las grandes ciudades, desde que la gente come en su
casa hasta que vuelve a trabajar hasta muy tarde). Las tiendas
están abiertas hasta las 8 o incluso las 9. Los españoles, cuyo
apetito es incomprensible para mí considerando que no son
precisamente, muy grandes, pueden cenar fuera tomando lo que se
denomina "tapas", bien humedecidas con jerez y acompañadas por
una estruendosa conversación en un bar "de tapas", o pueden tomar
algunas tapas y luego ir a hacer la cena "formal", normalmente
más tarde de las 10. Los restaurantes no están abiertos
habitualmente antes de las 9,30, así que no tiene sentido
intentar ir a comer antes de esa hora. El primer día y el segundo
no observamos nada raro, ya que nos fuimos des restaurante sobre
las 10,30 o tal vez un poco más tarde. La cena finaliza
aproximadamente a medianoche y, al menos en Madrid, los
"inhabitantes" salen para ir a bares hasta las 2 o las 3 de la
mañana, abrazados unos a otros como si fueran amigos en una
fiesta de una convención de CF. Fue fascinante verlos (y oírlos)
seguir la ruta de los locales. Naturalmente nosotros no teníamos
la necesidad de levantarnos temprano e ir al trabajo, pero allí
las tiendas estaban abiertas a las 9. Todavía no comprendo como
pueden sobrevivir a esa rutina.
¿Y lo demás, dejando aparte la comida, Sr. Silverberg? Bien,
estaban las ciudades --Barcelona, nuestra favorita, con su
arquitectura barroca y maravillosa, Sevilla, cálida, brillante
y adorablemente antigua, Granada, con su gran palacio de la
Alhambra, vigilando desde lo alto, y Toledo, que parece salida
de un relato ambientado en el Siglo XVI. Madrid fue un
desencanto: grande y ruidoso, no tiene gran cosa aparte del Museo
del Prado, e incluso éste está muy lejos de los grandes museos
cosmopolitanos o las grandes colecciones de Londres, Paris y
Nueva York. Valencia, que yo había imaginado llena de naranjos,
resultó ser oscura y sucia. El tiempo fue medio-medio, no tan
pesado como el de la dorada California, y la fuerte peseta hacía
que todo resultara caro (Treinta dólares llenar el depósito de
gasolina). No fue un mal viaje, tampoco fue excepcional. Si yo
tuviera que volver, dejaría Barcelona para el final: es donde se
encuentran los mejores restaurantes, los museos más interesantes
y, también, es la tierra de los editores, algunos de los cuales
pude conocer, y a los que encontré altamente congeniables.
Robert Silverberg
Fin del boletín, gracias por leerlo.