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Boletín de El Libro de Arena
Título: LA ESTRELLA
Relato ganador de Elia Barcelo Premio Ignotus 1991.
HispaCon'91. Barcelona.
Publicado en BEM numero 13 Octubre 1991.
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Estábamos todos allí. Lana, como una muñeca rubia colgada de sus
cuerdas, con una incongruente faldita roja y el hilo de saliva
brillando en su cara pálida; Lon, sus ojos inmensos y oscuros en un
rostro casi inexistente; Sadie, moviendo vertiginosamente sus alas,
lo que le hacía oscilar a unos centímetros del suelo, mientras
masticaba en un gesto de robótica eficiencia esa sustancia verde
que tanto le gusta; Tras, encogiendo hasta casi la desaparición su
frágil cuerpecillo, su deseo clavado en el cielo, y yo, número
cinco, el cierre de la estrella, temblando como un carámbano de
luz, focalizando el anhelo. Todos allí, esperando.
Habíamos esperado mucho tiempo. No había ninguna razón para estar
ahora más nerviosos que otras veces, pero la tensión se había hecho
diferente y sentíamos que lo que ahora esperábamos se estaba
acercando. Podríamos haber desaparecido, por supuesto, sobre todo
yo, pero éramos la estrella de contacto y no queríamos perdernos en
la espera como habían hecho otros antes que nosotros.
Aún no estábamos seguros de qué íbamos a ofrecerles; hacía tanto
tiempo que habíamos perdido el contacto que no sabíamos ya de su
deseo ni de su espera. "Somos sabios y hermosos", había dicho
Sadie, pero yo entre todos ellos conocía el concepto de la realidad
única y sabía que podía ser doloroso para ellos.
-Lento -murmuró Lana, la más verbal después de mí.
-Sí -contesté. Sabía que le gustaba expresar en palabras lo que
todos sabíamos en cualquier caso.
Sentí el deseo de Lon y comencé a focalizar una imagen para sus
ojos y los nuestros: la negrura infinita de lo que está fuera y un
artefacto de realidad única, objetivamente blanco, deslizándose
suavemente hacia nuestra espera. Lento. Lleno de realidades
múltiples sin focalización.
-Lento -volví a decir para ayudar a Lana.
Nos disolvimos. El paisaje comenzó a volverse azul y anaranjado,
melancólico en cierta forma, como es Tras. Suave. Antiguo. Nos
deslizamos en su percepción y empezaron a surgir las torres
plateadas y una música de cristal y campanillas. Sadie bailaba y yo
flotaba por encima de todos ellos neutralizando la espera. Nos
dirigimos a una torre blanca que se alzaba a varios metros del
suelo subjetivo general y penetramos en ella, yo a través del
tejado, los otros por las puertas y ventanas, por las paredes.
Lana dijo:
-Calor -y todos nos reimos, aliviando la espera. La sala nos dio
calor y Lon hizo caer una ligera lluvia burbujeante que se quedaba
colgada de los cuerpos y se iba a transformando según los deseos de
la estrella. Surgían flores, clavos, luces, sustancias pegajosas y
saladas sobre el cuerpo de Lana que Tras recogía delicadamente con
una inmensa lengua azul, globos traslúcidos que contenían imágenes
de realidades muertas y que Lon me enviaba flotando sobre las alas
de Sadie, mientras giraba enloquecidamente cambiando de forma y de
color.
-Estrella pregunta -cantó Lana-. Canaliza, Vai.
-Estrella no verbal, Lana. Canaliza, Tras.
Tras recogió la lengua y la convirtió a medio camino en una estela
de colores. Creó una pirámide de perfumes y los mandó transformados
en minúsculas bolitas de colores a través de una ventana:
"Espera. Lentitud. Necesidad del tiempo. No hemos olvidado.
Esperamos. Esperamos."
Nos envolvió un torrente de especulación procedente de otra
estrella y nos dejamos llevar por el discurso.
Quieren. Qué. No tenemos. No podemos. Para ellos. No es aceptable.
No somos aceptables. Para ellos. Risas. Risas y cambios y cambios
y transformaciones. La falda de Lana hinchándose hasta llenar
nuestro espacio de hilos de suavidad entretejida. Construir una
realidad única. Cuando lleguen. Más risas. Cuál. No podemos. Sí
podemos. Tedio. Tedio. Tedio. Realidad única. Absurdo y
monstruosidad. Hasta cuándo. Curiosidad. Por qué no. Intentar.
Esfuerzo común. Risas. Risas. Un juego. Para qué. Para ellos.
Demasiado esfuerzo. Tedioso. No comprenden.
Dejamos ir. La especulación se perdió rodando entre otras
estrellas. Una pregunta hacia Lon, de todos. Lon sabe más que
ninguno de nosotros sobre los otros tiempos. No. Tras sabe más pero
no le gusta exhibirlo. Un torrente de imágenes cayendo sobre
nosotros y yo luchando por focalizar tantas cosas que no comprendo:
Un mundo de seres sólidos, grandes, fuertes, siempre iguales,
compartiendo una realidad única, aceptada en parte por convención
y parte por imposibilidad de salirse de los esquemas. Un mundo de
seres asustados a quienes sólo tranquiliza la comprensión
intelectual de lo que entienden por realidad. Seres que no pueden
o no quieren compartir sus sueños, sus cambios, sus caprichos; que
no pueden salirse de la convención que se han ido creando a lo
largo de su existencia; que no conocen la dulzura de la
canalización, de la focalización, de la estrella.
-Todos así -pregunta Lana, oscilando entre el verde y el malva, su
voz como un ruido de metal rascado contra piedra.
-Algunos no -contesta Lon- pero sufren. No están unidos.
-Y si se unen -Sadie. Extraña muestra de empatía en Sadie.
-Sufren más. No los comprenden. No los aceptan.
-Antes todos éramos así -Tras es sólo un jirón de brillante niebla
en la sala que ahora es oscura.
-Antes -Lana arquea su cuerpo que chisporrotea en el vacío.
-Antes de nosotros. Antes de la estrella. Cuando este era para
ellos el mundo real. -El flujo de Tras hacia Lon es tan intenso que
casi duele. Nos replegamos un poco, ellos lo sienten y aflojan.
-No nos comprenderán -dice Lon-. Sufriremos. Desapareceremos,
quizá. Son fuertes.
Siento el dolor de la estrella y canalizo desesperadamente hacia el
exterior, hacia la realidad objetiva. Las montañas de fuera
tiemblan y se desmoronan lentamente con un estruendo que borro de
nuestra recepción. El polvo se deposita mota a mota sobre nuestra
torre que se encoge y se transforma en una cueva de blandas paredes
con un murmullo de música electrónica. Tras crea para nosotros unos
cuerpos de músculos firmes y piel suave y nos hace galopar a través
de la noche sobre unos seres grandes, peludos, sedosos, que se
mueven velozmente bajo nuestras piernas abiertas. La sensación de
poder es vertiginosa pero se agota con mucha rapidez. Sadie y yo
flotamos sobre ellos y observamos cómo acaban su carrera ante un
mar enorme de espumas plateadas. Creamos un bosque y contemplamos
el brillo de la luna a través de las ramas, acunados por el rumor
del mar.
-Era así antes -Lana suena dulce, una voz recordada. Su nuevo
cuerpo es blanco, grande, femenino (la palabra viene de Lon, no sé
lo que significa pero es hermosa); tiene el pelo largo y los ojos
muy abiertos.
-Hace mucho, mucho -contesta Tras, sin palabras. Es difícil
expresar el tiempo.- Hubo cambios. Así.
Sé que le duele la imagen y me acerco a sus sentimientos, me mezclo
con Tras y le sostengo mientras llega Sadie y los otros y Tras
transforma en un éxtasis.
El mar se ha vuelto grasiento, huele a olvido y destrucción, ya no
hay bosque, ni plantas. La tierra es gris y negra, calcinada. Se
siente el miedo y la desesperación como una luminosidad amarillo
verdosa. Nos abrazamos sin atrevernos a creerlo, sin querer creer
que se pueda aceptar una convención así para existir.
-No era una convención -susurra Lon-. Ellos lo hicieron y no
pudieron cambiarlo. Por eso se fueron.
-Nosotros podemos -Sadie se separa de la estrella y convierte el
paisaje en una trama de haces de colores que salpican cascadas de
chispas en las intersecciones. Todo se llena de música y armonía.
De felicidad.
-Nosotros no somos ellos -digo yo con una sonrisa táctil que
acaricia su esencia con un contacto fresco y ligero, como una brisa
húmeda.
-Sí somos -dicen a la vez Lon y Tras-. Y ellos lo saben. Por eso no
comprenderán.
-Todo cambia -canta Lana.
-Ellos no -Tras y Lon, abrazados, asustados.
-Somos bellos y sabios. Somos felices. Somos la estrella. -Sadie
nos lleva arriba y más arriba, volando, girando, flotando, mientras
Lana canta.
-Ellos no, ellos no.
Focalizo, focalizo la alegría, la belleza, mientras subimos,
subimos, ahogamos el miedo, nos perdemos en la estrella, cantamos,
volamos, olvidamos, existimos, transformamos, esperamos.
-Ya está a la vista, capitán.
-Sí, ya.
-No pareces alegrarte mucho, Ken, la verdad.
El capitán se pasa una mano húmeda por el pelo revuelto y sonríe a
su segundo.
-¿Se me nota?
Alda le devuelve la sonrisa y se sienta frente a Ken en silencio,
esperando la explicación que sabe que tiene que llegar. En
cualquier caso no hay prisa, aún falta bastante para que puedan
empezar la maniobra de acercamiento. Ken suspira, se levanta, sirve
café en dos vasos transparentes y vuelve a su sitio. Alda sabe por
su forma de respirar que está a punto de hablar, por eso se queda
quieta y empieza a beberse el café sin azúcar en lugar de
levantarse a buscarla.
-Yo es que... -se interrumpe, toma un sorbo de café- no acabo de
entender la ilusión que os hace a todos el llegar a ese planeta.
¿Qué rayos esperais encontrar ahí? La prueba viva, o mejor, la
prueba muerta del peor error de nuestra historia, de la mayor
monstruosidad que ha cometido nuestra raza. ¿Qué espera todo el
mundo encontrar en ese planeta después de tantos siglos? No puede
haber nada. No puede quedar nada de lo que existió y es aún muy
pronto para que haya surgido algo nuevo. Es una expedición carísima
de autocompasión gratuita.
-Y ¿por qué aceptaste el mando?
La respuesta es rápida. La respuesta a una pregunta planteada
muchas veces.
-Porque si no lo hubiera aceptado yo se lo hubieran dado al capitán
Morales.
Alda asiente, sin hablar. Todo el mundo sabe que el capitán Morales
es un fanático restauracionista.
-Si puedo convencerlos de que ahí no hay nada, de que no vale la
pena, tal vez empecemos de una vez a mirar hacia el futuro y no
sigamos empeñándonos en soñar con el regreso al viejo hogar. ¿Qué
regreso? ¿Qué hogar? ¿Qué vamos a hacer ahora después de casi mil
años en un planeta destruído por nuestra propia locura -cortó
rápidamente el gesto de Alda- está bien, por la de nuestros
antepasados, en el que ya no puede quedar nada que tenga relación
con nosotros?
-Tu sabes tan bien como yo que hay montones de proyectos, y algunos
no están mal.
-Como por ejemplo..
-Como por ejemplo el de acondicionar el planeta para la vida, dejar
que se instalen los restauracionistas y darnos una oportunidad a
todos de visitar el origen de nuestra civilización al menos una
vez.
-Pero ¿qué origen ni qué historias? Polvo, polvo radiactivo,
cenizas de lo que una vez estuvo vivo y fue hermoso, una inmensa
llanura erosionada por el tiempo y la destrucción artificial,
oceános degradados donde no queda ni rastro de existencia, un aire
que no podemos respirar.. ¿Crees de verdad que vamos a encontrar
supervivientes, hermanos nuestros que han sobrevivido ochocientos
años de infierno radiactivo, que vamos a encontrar ni siquiera
ruinas, los originales de todas las fotos y películas que se
conservan en nuestros museos, que vamos a poder trazar las
fronteras de los antiguos continentes..? Si hubiera sabido que
pensabas así no hubiera dado la aprobación a tu nombramiento.
Alda se mordió los labios. Era amiga de Ken casi más tiempo del que
podía recordar y le dolía que le hablara de esa manera cuando sabía
perfectamente que su lealtad era absoluta. Sin embargo, su actitud
le daba ocasión de preguntar algo que había querido saber desde el
comienzo del viaje.
-Y ¿por qué has elegido a Boris?
Ken levantó la vista del vaso y empezó a reir lentamente, una risa
seca y amarga.
-Yo sólo puedo elegir a mi segundo, Alda. Boris es el tercer
oficial y te aseguro que hubiera dado diez años de mi vida por no
traerlo, pero los restauracionistas son fuertes, más de lo que
parece, y necesitaban tener a alguien a bordo. Y en una posición de
responsabilidad. Tuve que tragármelo. Así que, ya sabes, más vale
que te cuides y me cuides porque en caso de que nos pase algo a
nosotras, Boris quedará al mando de la expedición.
-Y ¿qué crees tú que pasaría en ese caso?
Ken hizo un gesto vago con las manos.
-Yo que sé. Cualquier cosa. Es capaz de ordenar un desembarco,
quemar la nave y fundar una colonia. Hay suficientes mujeres a
bordo y muchísimos embriones congelados.
La risa que se había iniciado ante el tono ligero de Ken fue dando
paso a un progresivo estupor.
-¿Le crees capaz?
-¿No has leído el manifiesto restauracionista?
Alda negó con la cabeza.
-Pues te aseguro que vale la pena. Las mejores cualidades heróicas
de nuestra raza de luchadores condensadas en veinticinco páginas.
-Entonces ¿es verdad eso que se dice de que si el planeta hubiera
sido entre tanto colonizado por una de las otras razas galácticas
habría que luchar para recuperarlo?
Ken asintió con una sonrisa torcida.
-Guerra total -añadió-. Hasta el fin. Es .. -se interrumpió- ¿cómo
lo llaman? Cuestión de honor, ¿comprendes?
Sus miradas se cruzaron unos segundos.
-Pero ¿tú no pensarás que el planeta esté habitado?
Ken bajó la vista y no contestó.
-Sólo hay una raza aparte de la nuestra que sea capaz de
acondicionar un planeta -continuó Alda- y tenemos con ellos un
tratado de no agresión que nunca ha sido violado.
-Exactamente. -Ken volvió a buscar la mirada de su amiga y sus
manos se estrecharon por encima de la mesa.
Estábamos allí. La estrella. Esperando. Ellos estaban muy cerca.
Podíamos oirlos respirar y temer. Ellos no nos sentían. "No somos
parte de su realidad" había dicho Lon y debía ser cierto. ¿Cuál era
su realidad? ¿Qué deseaban ver en nuestro mundo? ¿Cosas como las
que Lon creaba, o Tras? ¿O como las imágenes de como había sido
antes? ¿Cuándo antes? Mi mente especulativa giraba desgajada de la
estrella hasta que me llamaron para canalizar, para conducir lo que
llegaba de fuera.
Se acercan. Pronto estarán aquí.
Nos mezclamos a las otras estrellas, abrazando, consultando,
sintiendo la unión. Y el miedo. El miedo casi desconocido en
nuestra existencia.
Sólo una estrella. La estrella de contacto. Lo otro no es real para
ellos. Disolver. Diluir. Desaparecer. Borrarse.
-Bueno, Boris, pues aquí estamos.
La voz de Ken sonó claramente en los auriculares del tercer oficial
pero el comentario era tan trivial que no se creyó en la necesidad
de dar una respuesta. Su mirada se perdía en la inmensidad de un
desierto calcinado y negruzco, cerrado hacia el horizonte por una
cadena de colinas que podían haber sido inmensas montañas
erosionadas por el viento. Según las mejores aproximaxiones basadas
en antiguos mapas, estaban en Europa, lo que había sido la cuna de
la civilización moderna. En todo ese territorio habían existido
grandes ciudades rodeadas de bosques, a orillas de ríos caudalosos.
Una de las zonas templadas del planeta, una de las más pobladas y
con mejor nivel de vida, una de las más variadas en paisajes,
lenguas y costumbres. Miró desesperadamente al suelo intentando
encontrar algún vestigio de ese pasado, alguna piedra tallada,
alguna moneda, lo que fuera, cualquier cosa que pudiera borrar su
amargura, aunque fuera durante unos instantes.
Ni él mismo sabía lo que esperaba encontrar allí, pero lo que
estaba claro era que ni en sus peores momentos había supuesto que
era de verdad eso lo que se iba a encontrar: polvo, desolación,
vacío.
Subió a su móvil y lo arrancó violentamente. No se iba a dar por
vencido con tanta facilidad. La nave estaba efectuando mediciones
y sondeos en todo el planeta bajando incluso a profundidades de
kilómetros en las zonas antiguamente pobladas, en los océanos más
transitados, en todas partes donde pudiera quedar un vestigio.. ¿de
qué? Ni siquiera él podía estar buscando vida. Eso era absurdo.
Pero entonces ¿qué buscaba? ¿La prueba de que otra raza se había
instalado en Terra después de que hubiera tenido que ser abandonada
por los escasos supervivientes? ¿Algún indicio de que quizá un
puñado de humanos había sobrevivido aunque fuera durante unos
cuantos años a la destrucción total?
Recordó sus sueños infantiles sobre la vieja Tierra, como la
llamaba aún su abuelo, el amor que había ido pasando de generación
en generación por las antiguas costumbres, las visitas domingo tras
domingo a todos los museos en que se conservaban restos de aquel
otro mundo que él en su imaginación había pintado con los más
hermosos colores, sabiendo que era imposible y convenciéndose a la
vez de que todo podía ser si uno lo deseaba de verdad.
Comparaba el paisaje que se deslizaba bajo su móvil con las
películas de historia antigua y sentía que su garganta se
estrechaba. Aquí habían existido enormes bosques verde oscuro que
se azulaban al atardecer, ríos perezosos en otoño, desbordantes en
la primavera cuando se llenaban de nieve fundida, altas montañas de
cimas blancas contra el cielo azul, miles y miles de animales
diferentes que no podía nombrar llenando el aire con sus gritos,
flores que se abrían al calor del sol y perfumaban el aire húmedo
que podía respirarse sin máscara...
Recordaban también los argumentos de los otros, de los
progresistas, de la gente como el capitán: "Nuestro mundo es este"
"¿Qué tenemos que ver nosotros con Vieja Terra?" "No era todo
naturaleza limpia y gloriosa; mucho antes de la destrucción final,
Terra era ya un planeta enfermo y degenerado, donde cada día se
extinguía para siempre una especie animal, sus océanos cubiertos de
una capa de petróleo que impedía la evaporación, sus bosques
muriendo poco a poco, su aire cada vez más irrespirable, lleno de
veneno, su clima alterándose de año en año en un imparable efecto
de invernadero que lo hubiera convertido en letal incluso sin la
hecatombe nuclear" "Terra era ya un cadáver antes de que los
humanos la abandonaran".
Y nunca lo había querido creer. Para él Tierra seguía viva en
alguna parte del inmenso universo, como un jardín abandonado
esperando que alguien lo reclamara como propio y lo hiciera
florecer.
Y él ahora estaba en ese jardín.
Y era un desierto.
Ken volaba en silencio detrás de Boris mirando apenas el paisaje
que se deslizaba bajo sus ojos. No era la primera vez que bajaba a
un planeta agostado pero esta vez era distinto porque aquí había
existido vida, la suya, la de su raza. Aquí hombres y mujeres como
ella, más pequeños quizá, menos desarrollados, pero también
humanos, habían vivido, crecido, amado, antes de tener que buscar
otro hogar entre los miles de estrellas del espacio exterior. Ahora
lamentaba haber dedicado tan poco tiempo a estudiar historia
antigua; no podía imaginarse la vida cotidiana de esas gentes, ni
siquiera quedaba una huella en aquella desolación. Sin embargo ese
mismo hecho le alegraba. Ella tenía razón. El futuro de su raza no
estaba en Terra sino en su nuevo hogar, en su futuro, en los otros
planetas que se habían acondicionado para acoger el excedente de
población en el espacio periférico de Nueva Terra. Había sido un
viaje interesante y triste, pero satisfactorio. En unas cuantas
horas, en cuanto Boris se cansara de volar sobre el desierto,
regresarían a la nave y en unos días más, con todos los resultados,
a casa.
El motor de su móvil emitió un penoso rugido al remontar una
cordillera más alta que las anteriores y por un momento tuvo que
luchar contra las turbulencias del aire caliente pegado a la
montaña antes de poder buscar a Boris con la vista. Cuando
consiguió equilibrar el móvil y pasar al otro lado, lo que vio la
dejó estupefacta.
En lo que debía de haber sido un valle en otro tiempo y que ahora
era sólo una herida arrugada entre los montes, se alzaba una torre
de plata. Una torre de unos veinte metros de altura pero que
parecía mucho más alta porque flotaba a varios metros del suelo,
tan sólida y estable como la roca misma en la que hubiera debido
apoyarse. Era delgada y grácil, sin adornos exteriores pero pulida
y fina como un juguete de lujo. El sol de la tarde le prestaba un
resplandor rosado y resultaba absolutamente incongruente en el
paisaje desértico que la rodeaba porque no era una ruina de tiempos
pasados sino una esplendorosa realidad, como si acabara de ser
construída. El móvil de Boris se hallaba caído a sus pies y la
figura del tercer oficial se recortaba, diminuta, frente a la base
de la construcción. Ken hizo aterrizar su vehículo y avanzó
lentamente hasta su teniente.
-¿Lo oye, capitán? -dijo él entonces en un susurro.
A punto ya de contestar "¿El qué?", calló de improviso porque ella
también lo oía. Una llamada, una llamada imprecisa como un coro de
voces medio existentes, medio inventadas, como susurros de niños
que se esconden en la oscuridad para que los encuentre un adulto y
no pueden reprimir la risa. Asintió con la cabeza.
-Comunique a la nave lo que hemos encontrado, teniente. Informe de
que vamos a entrar a explorar y que nos pondremos en contacto con
ellos dentro de dos horas. Que hagan análisis y fotografías sin
abandonar su posición y que no se inmiscuyan sin una orden
explícita.
Dejó a Boris cumplir sus instrucciones y empezó a examinar la torre
buscando una manera de entrar en ella. Estaba claro que sólo se
podría intentar por una de las ventanas, ya que las dos puertas
quedaban demasiado altas y estaban cerradas, pero sólo se podría
hacer desde el móvil y en este caso uno de los dos debería quedarse
en tierra. Acababa de decidir que sería ella la que entrara a pesar
de la oposición esperable por parte de Boris, cuando este dijo:
-Capitán. Me comunican de la nave que no localizan la torre. Nos
ven a nosotros pero, según nuestros instrumentos, la torre no
existe.
Antes de que Ken pudiera reaccionar, del fondo de la torre se
escurrió un objeto luminoso, una especie de lágrima traslúcida que
descendió hasta tocar el suelo.
-¿Qué es eso? -articuló Boris con voz ronca.
-Tal vez un ascensor -dijo Ken.
-¿Instrucciones para la nave?
-Que sigan donde están. Dos horas. Si no volvemos, que bajen a
investigar.
Avanzaron hombro con hombro hasta la lágrima y un segundo antes de
reunir el valor suficiente para atravesar su consistencia de
cristal gelatinoso, el material se extendió hacia ellos, los
envolvió y los succionó hacia arriba, hacia el interior de la
torre.
Vibrábamos, vibrábamos. Toda la estrella vibraba transformando,
transformándonos, decidiendo sin palabras, sin imágenes, tratando
de adaptarnos a ellos, de no dañar, de no ser dañados. Lon creó la
torre y los atrajo. Tras le dio a Lana un cuerpo que pudiera llevar
para ellos y yo me transformé según su diseño, listo para el
contacto. Eran grandes. Y fuertes. Vestidos con duros objetos
metálicos y protectores de ojos, de oídos, de respiración. Lon
tenía razón. No sabían transformarse. Se quedaron en la sala que
Sadie había creado para ellos mirándolo todo con los ojos muy
abiertos, haciendo esfuerzos por controlar la respiración. Todas
las estrellas callaban, atentas a Lona y a mí, a Sadie, a Lon, a
Tras.
Boris sintió un escalofrío cuando las paredes de la
lágrima-ascensor se disolvieron sobre su cuerpo dejando una lluvia
de chispas multicolores. Miró a Ken y sus ojos siguieron los del
capitán hasta encontrarse con una figura que los esperaba al fondo
de la sala. Era un hombre de que podría tener entre los veinte y
los cuarenta años, alto y delgado, vestido con unas ropas oro mate
que cubrían su cuerpo desde la cintura hasta los pies. Su rostro y
su cuerpo eran como la torre, finos y gráciles, más como una obra
de arte que como un ser real, pero de una humanidad evidente. No
era otra raza la que se había instalado en Terra.
Un segundo después, de detrás del hombre surgió otra figura, esta
vez una mujer, tan hermosa y perfecta como su compañero, vestida de
negro y plata también desde la cintura, lo que dejaba ver sus
pechos redondos y erguidos, cubiertos a medias por su largo
cabello, negro y liso.
Los dos permanecieron en completa inmovilidad mientras Boris y Ken
los observaban. Por fin dijo el capitán:
-Somos amigos.
"Amigos" "amigos" reverberó la voz en alguna parte de su cerebro,
como si fuera repetida por un coro invisible.
El hombre y la mujer sonrieron al mismo tiempo, con absoluta
precisión.
-Somos amigos -repitieron con una voz plural y lejana, con un fondo
de risa, como de juego.
-¿Quiénes sois? -preguntó el capitán.
-Somos. Somos -contestaron.
-Somos vosotros -dijo Lon a través de nuestras sonrisas.
-¿Sois humanos? ¿Supervivientes del desastre?
-Somos la estrella -contestó Sadie.
-No entendemos -dijo Ken.
Nos replegamos. Nos reunimos de nuevo buscando. Buscando cómo.
Mostrar. La estrella. La transformación. Sadie bucea en uno de
ellos y encuentra imágenes, un paisaje, una luz, sonidos, olores.
Cambiamos. Giramos.
Boris y Ken se encuentran de repente en un paisaje típicamente
alpino: un cielo azul profundo, como de cristal, donde ya aparecen
las primeras estrellas, bosques perfumados, principios de la
primavera, una brisa fresca y el rumor de un río cercano, un
riachuelo claro de aguas rápidas y espumosas. Boris se agacha hasta
tocar el suelo, pasa sus manos enguantadas por la hierba húmeda,
por una hierba que es real, que no desaparece cuando él la toca,
mete la mano en el arroyo y siente su frialdad a través de los
guantes. Empieza a soltarse el cierre del casco cuando la voz del
capitán lo deja clavado:
-¡Quieto! Es una orden. ¿No te das cuenta de que es una trampa,
imbécil? No son más que alucinaciones.. -su voz se corta de rabia,
de miedo.
Boris se levanta lentamente, furioso y avergonzado por haber caído
en algo tan pueril, frustrado por no poder disfrutar de su sueño y,
de repente, al alzar de nuevo los ojos hacia Ken, se da cuenta de
que está desnuda, de que están desnudos los dos, con la piel
expuesta a toda la radiación, respirando aquel aire envenenado que
huele a flores y a hierba, sintiendo las salpicaduras de ese agua
que debe estar podrida y que de hecho no existe, como no existe ese
cielo nocturno y esa brisa que mueve su pelo y que puede sentir en
toda su piel como una caricia. Y se echa a reir y abraza a Ken
gritando entre risas:
-Lo sabía, lo sabía. Podremos volver a empezar en Terra. Podemos
vivir aquí. Es mucho mejor de lo que yo esperaba. Es un milagro.
Nos sacude el miedo como siempre desde que los esperamos. Todas las
estrellas giran enloquecidas. No podemos. No queremos. Ellos.
Diferentes. No. No. Compartir. Con ellos. Imposible. Focalizo y
transformamos, transformamos.
Se encuentran en una playa al amanecer. El frío es tan intenso que
duele en la nariz al respirar y en los ojos donde las pestañas se
han escarchado. El resto de su cuerpo está embutido en voluminosos
trajes aislantes. Hay un vehículo en marcha junto a ellos. El motor
hace un ruido ronco y de su tubo de escape sale una espesa humareda
negra. El mar está gris, cubierto de una capa grasienta que finge
colores en el agua quieta. La playa está cubierta de cadáveres de
peces, de pájaros, de otros animales que no pueden nombrar.
-Esto no puede ser real -murmura Boris.
-Lo otro tampoco -contesta Ken.
-¿Qué nos pasa, capitán? ¿Estamos muertos?
-Ojalá lo supiera.
-Esto no puede estar sucediendo. No puede ser real.
Todo es real, decimos, todo es real. No entienden. Oyen. No
entienden. Sufren. Seres de realidad única.
Ken y Boris están de nuevo en la sala. Hay miles de velas blancas,
encendidas y en el aire flota un perfume dulce, intoxicante. El
hombre y la mujer han desaparecido.
-Queremos saber -dice Boris al vacío-. Queremos comprender.
Ken aprieta los labios y calla. Su mente se cierra por momentos a
la realidad que la rodea y que no puede existir. Ve cómo se
distorsionan las facciones del teniente y clava sus ojos en la
forma sólida que poco a poco se va haciendo fluida y luego
neblinosa hasta que deja de existir y se encuentra sola en la sala.
Trata de huir en un momento de pánico y se da cuenta de que las
ventanas han desaparecido, de que todo es sólido frente a sus
manos, frente a su cuerpo y, con un grito ahogado, se deja caer en
las almohadas que cubren el suelo y pierde la consciencia.
Boris flota en medio de la nada, gira y gira olvidando más y más
deprisa todo lo que sabe, todo lo que cree conocer. No siente su
cuerpo y casi no le importa. Oye voces sutiles, risas, pasos. Se
pierde, se entrega y pronto se encuentra flotando con seres casi
inmateriales que le cuentan en imágenes, palabras, olores, tactos,
todo lo que quiere saber, todo lo que le angustia. Se deja llevar
y, por un momento, comprende que su concepto de la realidad es un
absurdo, que los nuevos humanos se han liberado de las ataduras de
lo que es posible y lo que no lo es, que ha entrado en otro
estadio, en el nivel en que los humanos dominan por fin su planeta
porque no están sujetos a él, porque por fin son independientes de
todo lo exterior y ahora ya nada puede afectarles. Son hermosos,
son superiores, son perfectos.
-Despierta, Ken, despierta.
Los ojos de Ken se abren con dificultad, temiendo encontrarse con
la realidad de aquella sala inexistente pero lo primero que
perciben son las pupilas dilatadas de Boris, su mirada enloquecida,
su cuerpo tenso, sus manos que la agarran por los hombros y la
sacuden violentamente en lo que parece un paroxismo de triunfo.
-Los he encontrado, Ken. Los he entendido. Son humanos, como
nosotros, sólo que son mejores que nosotros, mucho mejores. Son los
supervivientes de nuestra propia raza que a través de los siglos se
han depurado, se han perfeccionado. Han abandonado todo lo que a
nosotros nos parece básico para dar el gran salto. Son el paso
siguiente en la evolución.
Ken acoge sin respirar el torrente de emoción que brota de Boris y,
cuando interrumpe su discurso, esperando de ella una confirmación,
una mirada, una sonrisa, ella pronuncia la palabra maldita, la
palabra más temida por los restauracionistas:
-Son mutantes, entonces.
Boris la golpea violentamente con el dorso de la mano y la sangre
brota, caliente, de su boca. Cuando ya alza la mano para golpear de
nuevo, se detiene y la mira con lástima.
-¿No has visto a la pareja de antes? ¿Los llamarías mutantes?
-Esa pareja era una alucinación, como todo lo que hay aquí, como lo
del bosque, como lo del mar, como esta misma sala. Tu has visto en
qué condiciones está al planeta. ¿Crees que un humano podría vivir
aquí sin protección, sin técnica?
-Sé que son alucinaciones. Bueno, más bien proyecciones de sus
mentes. Ya te he dicho que ellos son algo más. Yo los he visto. Los
he sentido. Son incorpóreos, son algo así como espíritus que pueden
adoptar la forma que quieran y transformar su entorno. ¿Para qué
quieren la técnica? Tienen otra cosa. Es...es como magia.
-¿Y tú crees que son humanos? ¿A tí te suena humano todo eso que me
estás contando?
Boris baja la vista, confuso. Se sienta en el suelo cubierto de
cojines y se queda un tiempo muy quieto, la vista perdida en el
vacío, sus ojos reflejando las llamas de las velas que se queman
sin ruido.
Ken habla por fin, muy despacio:
-Boris, si esos seres fueron alguna vez humanos, está claro que ya
no lo son. No son como nosotros. No tenemos nada que compartir.
-Quizá no tengamos nada que compartir pero tenemos todo que
aprender -grita él.
-Yo no quiero aprender eso -contesta ella, en voz baja.
-Creía que los progresistas estabais a favor de cualquier cosa que
nos lleve hacia el futuro -el sarcasmo es casi infantil- y eso,
capitán, es el futuro. El futuro de nuestra raza. El único. El
mejor.
-Entonces el ideal de la restauración de Tierra ya no es tu ideal,
¿no? Ahora se trata de que esos seres -indicó con las manos a su
alrededor- nos enseñen cómo liberarnos de nuestros cuerpos, cómo
destruir nuestro planeta y cómo fingir una realidad compuesta de
alucinaciones para poder seguir soportando la realidad auténtica,
¿no es eso?
-Ellos no destruyeron su planeta. Lo hicisteis vosotros.
-Lo hicimos nosotros, en todo caso. O nosotros y ellos, si ellos
son de verdad descendientes de los mismos humanos que nosotros. O
ellos, si te refieres sólo a los antiguos. ¡Qué más da! ¿Quieres
vivir en un mundo como el que hay ahí afuera, sabiendo cómo es y
construyendo torres de plata ficticias que nuestros instrumentos no
registran?
-¡Sí! -gritó Boris salvajemente- Eso es lo que quiero. Quiero poder
sentir otra vez la hierba y el agua y el aire libre, aunque sea una
creación de mi mente si yo lo siento como realidad. No quiero tener
que hacer una solicitud y esperar seis meses hasta que me concedan
treinta minutos en un parque natural, no quiero vivir en cúpulas
acondicionadas, no quiero reguladores climáticos y ambientales, no
quiero saber exactamente cuándo va a llover y cuánto va a durar la
lluvia, quiero aprender lo que es el mar bañándome en él, sentado
a su orilla...
-Y comer alimentos naturales, supongo, directamente sacados de la
tierra -añadió ella con una mueca de disgusto. Y tal vez hasta
cazar, como los primeros humanos. Y caminar para desplazarte..
-Ellos no necesitan caminar. Ni siquiera desplazarse. Ellos...
transforman.
-¿Qué transforman?
-No sé bien... no sé cómo explicarlo. Se reunen y hacen cosas. Lo
que quieren, lo que sienten, lo que necesitan.
-Cosas que no existen.
Hubo una larga pausa. Por fin Ken se puso en pie y se ajustó
torpemente el traje con las manos enguantadas.
-Nos vamos, Boris.
El también se puso de pie, lentamente, desnudo.
-Yo me quedo, Ken.
-Tu vienes conmigo y es una orden.
Boris sacudió la cabeza, despacio, sin apartar los ojos de ella.
-Yo me quedo. Puedes decir lo que quieras en la nave y en casa. Que
me perdí, que tuve un accidente, que decidí quedarme, que me
ejecutaste por insubordinación, lo que quieras, pero me quedo.
-Boris, no me obligues a disparar -dijo ella con los dientes
apretados, su mano derecha cerrada sobre la culata del arma de
reglamento.
-Yo me quedo, capitán. -Sus ojos brillaban como si una tenue luz se
hubiera encendido en su interior y su piel se hacía fosforescente
por momentos mientras su pelo oscuro se movía en torno a su cabeza,
lenta, deliberadamente.
La mano de Ken temblaba al sacar el arma pero Boris no hizo el
menor movimiento para detenerla.
-Si no me obedeces inmediatamente, tendré que disparar. Conoces el
reglamento. Es rebeldía.
-Dispara, capitán.
Por un momento Ken creyó que se trataba de una broma. Una broma
cruel de aquellos seres malignos que no podían ser humanos. Habían
construido a ese Boris que ahora se hallaba de pie frente a ella
convirtiéndose ante sus ojos en algo monstruoso para obligarla a
matar, pero sólo para ponerla en ridículo convirtiendo su disparo
en un haz de chispas de colores o en una bandera de carnaval.
-Te ordeno que vuelvas conmigo a la nave. Tienes tres segundos.
Uno. Dos. Tres.
El rostro de Boris se iluminó en una sonrisa y de sus dientes
empezaron a brotar hilos plateados que tocaban el suelo con un
chasquido húmedo y creaban una fronda a su alrededor. Ken disparó.
La pierna izquierda, el brazo derecho. Boris se dobló de dolor con
un grito y los milagros desaparecieron. Entonces, antes de que ella
pudiera preverlo, él saltó sobre su pierna sana tratando de
derribarla. Casi sin darse cuenta disparó y la cabeza de Boris se
abrió por arriba en una explosión de sangre. Ken cerró los ojos y
se cubrió el visor con la mano izquierda, la derrecha agarrotada
aún sobre la culata del arma, ahogándose en la magnitud de lo que
acababa de hacer. En veinte años de servicio era la primera vez que
había matado a conciencia.
El viento que soplaba contra su traje aislante la devolvió a la
realidad. Por unos instantes estuvo segura de que en cuanto
retirara la mano, Boris se encontraría a su lado en mitad del
desierto con la expresión perpleja del que sale de un profundo
sueño. Apartó el brazo lentamente y era casi cierto. Estaban en
mitad del desierto, sin sala mágica, sin torre de plata, sólo el
infinito desierto calcinado y un cadáver desnudo y destrozado a sus
pies, el traje protector unos metros más allá como una concha
vacía.
Inspiró hondo y llamó a la nave. No iba a ser agradable pero se
había terminado. Era lo mejor que había podido suceder. Ahora vería
la opinión pública hasta qué extremos de fanatismo puede llegar un
restauracionista, hasta qué punto de locura y de incomprensión.
Había sido una mala elección para Boris pero era lo mejor para
todos los demás, incluso para la vieja Terra que podría continuar
siendo morada de fantasmas que sólo existían en la mente de Boris
y que él le había contagiado. ¿No había sido él el que primero
había visto la torre antes de que ella pudiera remontar la
cordillera? ¿No habían sido todas sus alucinaciones producto de una
mente humana, como la de Boris, alimentada desde la infancia con
las imágenes de tiempos pasados? Terra estaba muerta. Muerta y
estéril, maldita por milenios, un pedazo de roca flotando en la
nada. Esa era la única realidad.
Te llamas Nea, decimos con un perfume malva. Eres el cierre de la
estrella ahora y yo soy su foco, digo yo. Vas a aprender con
nosotros. Transformaremos. Transformarás. Nea dice, aún con
palabras, que es un nombre de mujer. Reimos. Aquí no importa. Es un
hermoso nombre dice Sadie entre burbujas blancas. Estoy muerto dice
Nea. Reimos. Reimos. Reimos. Yo también estoy muerto, digo yo y le
envuelvo en una niebla y caemos al suelo gota a gota convertidos en
espuma. Todos muertos, susurra y su voz es triste, triste. Un mundo
de fantasmas. Sólo Vai está muerto dice Lon pero no importa. No
comprende. Nea no comprende y sufre. Nos acercamos. Apoyamos.
Abrazamos. En la cima rocosa de una alta montaña de convención
general aparecemos los cinco, la estrella, con Nea. Le creamos un
cuerpo para que no sufra. Nos mira. Se mira y grita de dolor y de
miedo. Nos miramos. Los cinco. No comprendemos todo. Lon y yo
entramos en su flujo suavemente, dejando nuestro cuerpo ahí para no
dañar a Nea. Vemos lo que ve. Sadie, sus alas traslúcidas,
membranosas, las manos diminutas de garras afiladas, la boca
redonda, sin labios, manchada de líquido verde, la cabeza sin ojos,
sin cabello. Tras, el cuerpecillo frágil, como un hilo, el cráneo
inmenso, informe, sostenido apenas por un cuello larguísimo, los
brazos rozando el suelo. Lana, su cuerpo descoyuntado, sin
proporción, la cabecita rubia oscilando descontroladamente, los
ojos sin párpados, el hilo de saliva goteando de su boca. Lon, sus
brazos sin manos, sus ojos enormes y profundos ocupando la mitad de
su rostro sin boca. Yo, mi cuerpo anterior que era sólo un cerebro
prendido a una masa de materia biológica y que ya desapareció hace
tiempo. Mutantes, grita Nea, mutantes monstruosos. No comprendemos.
No sabemos, pero duele. Nea sufre y nosotros sufrimos. Nos
acercamos. Nea grita. Grita. Grita. Abrazamos. Apoyamos. Giramos.
Volamos. Transformamos. Nos transformamos. Ahora el paisaje es
verde y dorado. El sol está bajando y cientos de pájaros negros
gritan en el atardecer. Hay árboles en flor, blancos y rosas.
Suenan unas campanas dulces en la distancia. Nea ya no grita. Abre
mucho los ojos y aspira el aire que huele a hierba cortada y flor
de manzano, dice. Está tranformando pero no lo sabe. Nuestros
cuerpos son ahora como el de Nea, grandes, fuertes, lisos, de color
blanco dorado. Ha construido cuerpos de hombres y mujeres. Vuelve
la paz. Es una hermosa realidad, graba Tras en el cielo, un cielo
verde con estrellas moradas. Nea se asusta un instante y pronto
añade estelas de plata que se cruzan arriba. Sadie nos levanta como
una polvareda y volamos bajo el cielo que ahora es violeta y suena
como el mar. Reimos. Juntos. Con Nea. Estás en casa, gritamos,
cantamos, proyectamos. Focalizo la alegría, la bienvenida, la
armonía, la paz y nos perdemos en la estrella, viviendo, creando,
volando, girando, girando, bailando, transformando, transformando,
transformando. Los seis.