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1997-02-13
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459 lines
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Boletín de El Libro de Arena
Tema: Relato de Ciencia Ficción
Puesto o actualizado el 9 de septiembre de 1990
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Cuando el fusible empieza a brillar
Eduardo J. Carletti
Mientras daba los primeros pasos dentro de la sala, recopiló un centenar
de datos. Era un ambiente enorme, de aspecto general impecable. Cada
elemento engarzaba con austeridad y simpleza en el resto del mobiliario,
dando forma a una decoración liviana, presuntamente orientada a romper la
sensación opresiva que producía el enorme edificio de la Fundación en sus
visitantes. Pero había detalles en ese escenario notó Root de
inmediato que traicionaban la intención, indicando poder, fuerza,
dominio.
Estudió a su anfitrión. El señor D'Envega era un hombre grande de as-
pecto rígido, duro. Esperaba en el centro de la sala, al lado de un gran
escritorio de roble, y se mantuvo en posición de firme hasta que él llegó
a un metro de distancia. Cuando Root se encontraba a sólo un paso, el
hombre pareció recordar que debía ser cortés y se inclinó para saludarlo.
Root registró eso y otras cosas más.
Tome asiento, por favor dijo D'Envega.
Root se acomodó en el gran sillón de plumas que le señalaba su anfi-
trión. Esperó.
Bien. No tenemos tiempo gue perder. Le mostraré algo.
La pared detrás del hombre se volvió negra por un instante y luego se
iluminó, mostrando la imagen de una mujer de belleza muy especial.
Es la esposa de Ian Lardii explicó D'Envega, como si esa fuera
una información más que suficiente y esperara una opinión de su visitante.
Root, que no tenía ni idea de qué se trataba, se mantuvo impertur-
bable, esperando que el otro hombre indicase con un poco más de claridad
qué era lo que deseaba.
Aprovechó el instante de silencio para estudiarlo con detenimiento.
El gesto era de preocupación. ¿Un dejo de angustia, tal vez? Está apurado.
Muy apurado.
Interpretando el signo que esperaba D'Envega, enarcó las cejas para
expresar ignorancia.
¿Conoce la situación? ¿Le entregaron el informe con los detalles?
preguntó D'Envega, dejando entrever una pizca de consternación.
Lo lamento; su mensaje me llegó cuando estaba en medio de mis
vacaciones. Pero...
D'Envega, sorprendiendo a Root, que lo había clasificado como del
tipo poco perceptivo, captó el significado de ese "pero", la causa que
había empujado al psicólogo a abandonar una hermosa playa para venir a esa
mole de cemento que era la fundación Historia Real, y lo interrumpió:
¿Percibió algo en mi nota? preguntó sorprendido. No quería creerlo,
sin embargo la pregunta era una afirmación.
Root asintió.
Impresionante. Nunca pensé que fuese cierto que ustedes fueran
tan... tan...
¿Perceptivos? completó Root.
Esa es la palabra.
Bueno. Es parte de nuestro trabajo: la percepción del todo.
¿Conocía la definición?
Por supuesto. Pero nunca me pareció más que una frase publicitaria.
Root sonrió. La resistencia de D'Envega a aceptar la realidad era un
síndrome conocido para él. La nueva psicología había roto los viejos
esquemas para renacer de una larga y fría noche de ineficiencia e
impopularidad. Root era muy bueno en lo suyo, uno de los mejores, o tal
vez el mejor. Su capacidad de observación era mucho más que elevada:
resultaba increíble.
Sólo parece publicidad explicó Root con una sonrisa. Espero
convencerlo pronto de que no lo es. La percepción es la parte más
importante de nuestro trabajo. Desvió la vista hacia la imagen de la
pared. ¿Cual es la clave?
D'Envega se enderezó.
Lardii es nuestro piloto. El piloto. Por el momento lo tenemos sólo
a él; ya sabe que la preparación de un piloto hiperespacial puede llevar
años y no en todos los casos se llega a un resultado exitoso. Lardii ha
realizado ya cuatro misiones, cada una de ellas con sus complicaciones, en
algunos casos complicaciones verdaderamente graves, pero todas concluyeron
con éxito. Ahora está regresando de la quinta. Sólo que esta vez no...
¿Esa mujer es su esposa?
D'Envega aceptó la interrupción sin inmutarse.
Sí. Lo es.
Entiendo dijo Root, casi sin expresión.
D'Envega lo miró un instante con cierto aire de desamparo, como si
intentase alcanzar por todos los medios el nivel de captación en que se
encontraba Root para poder decir una palabra tan simple como "entiendo".
Root agregó antes de que continuara:
Y ella lo ha engañado.
D'Envega abrió los ojos sólo una fracción de milímetro, pero fue
suficiente. Estaba asombrado.
¿Cómo lo sabe? ahora sí que la pregunta sonaba a consternación.
Root sonrió levemente.
Percepción. Simple percepción.
Bien. Me alegro de que no nos hayamos equivocado al elegirlo.
Temíamos estar contratando a uno de esos... dejó la palabra en la nada,
pero Root pudo leerla en los músculos de su cuello: había estado por decir
charlatán. Pero no tenía sentido enojarse. D'Envega sabía que no era así;
por eso se había interrumpido. Lardii es un gran piloto continuó;
más que eso: es excelente. Lo lamentable es que en esta última misión nos
ha desobedecido, y no sólo una vez, sino doblemente. Su misión era
fotografiar un sector del siglo doce... sólo un puñado de siglos hacia
atrás. Sin embargo, por decisión propia y corriendo un riesgo gigantesco,
se dirigió mucho más allá. Todavía no entendemos cómo pudo calcular por sí
mismo...
¿A qué siglo fue?
La cara de D'Envega se convirtió en una máscara petrificada. Luchaba
contra sus emociones y contra los músculos de sus facciones, que
intentaban traicionarlo. Treinta músculos. Condicionamiento. Lo habían
condicionado para defenderse en ese punto. Treinta músculos congelados por
una palabra, un tema, una pregunta. Root llegó a leer algo, aunque no
estaba seguro.
No puedo decírselo explicó D'Envega; es un secreto que la
Fundación desea guardar. Creemos que la falta de ese dato no va a
interferir en su investigación. Si fuese necesario...
De acuerdo Root tenía una idea de lo que había pasado. Treinta
músculos. Algo grande, muy grande. No puedo ni debo presionar. Cuénteme
los demás detalles.
D'Envega asintió.
En un momento pensamos que lo habíamos perdido. Ya sabe que es
imposible saber dónde se encuentra una nave una vez que ha realizado un
salto. Pero luego de un año y meses nos empezaron a llegar cápsulas híper.
El programa obliga al piloto a salvar la información de ese modo, por
razones de seguridad. Cada vez que se completa un juego de imágenes, la
computadora lanza una cápsula con un pequeño impulsor híper conteniendo
los datos que ha registrado. Al procesar nos encontramos con una
información inesperada...
Entiendo dijo Root como un autómata, mientras pensaba a toda
velocidad. La cosa debe haber causado conmoción.
D'Envega continuó.
Todos los otros viajes fueron difíciles. En dos ocasiones, la
primera y la tercera misión, tuvimos problemas con el programa de la
computadora (el software es increíblemente complejo) y en las otras dos
con la estructura del espejo. La primera vez que "desplegamos" todo el
poder de los ajustes de la estructura de sostén casi saltan los
monofilamentos tensores. Lardii se salvó por milagro. Ha tenido que
encarar situaciones de tensión extrema, casi sobrehumanas, pero siempre se
mantuvo íntegro. Es, insisto, un profesional excelente. Sólo que esta
vez...
Me gustaría que me explique el proceso y cuál es la responsabilidad
del piloto en toda la operación.
No entiendo para qué... empezó a protestar D'Envega, pero se
interrumpió de inmediato. Root había demostrado hasta ahora que sabía muy
bien lo que hacía. De acuerdo. Le explicaré.
Accionó algo en su escritorio y entonces la imagen mostró una figura
brillante que resaltaba con furia sobre el espacio estrellado. Era un
hexágono metálico de superficie espejada. Si se forzaba la vista se
llegaban a apreciar las miles de secciones hexagonales que lo formaban.
El espejo.
D'Envega vio que el psicólogo asentía y entonces accionó otro
comando. La imagen se agrandó hasta cubrir toda la pantalla. En el centro
de la figura se empezaba a apreciar el haz de monofilamentos que sostenía
el captor en el foco exacto de la parábola.
Un telescopio. Gigantesco.
El hexágono tiene mil kilómetros entre lado y lado. La curvatura es
muy leve; y variable. La computadora que maneja la posición de las
secciones está montada del lado trasero, cerca del centro, desperdigada en
un centenar de módulos. El transductor vectorial del híper también se
extiende por atrás, en una red de tuberías que cubre toda la superficie.
La imagen del espejo giró, mostrando la cara trasera, donde se
apreciaban varios bultos de tamaños disímiles, desperdigados más o menos
en el centro de la figura, y una red espesa de conductos que se
ramificaban hacia el exterior como nervaduras en una hoja surreal.
El piloto se encuentra aquí D'Envega movió un puntero en forma de
flecha por la pantalla y señaló el centro exacto del hexágono. Técnica-
mente, la nave hiperespacial se encuentra allí. El resto es puro lastre.
¿Hacia dónde mira el piloto?
D'Envega sonrió. Las preguntas de Root le resultaban enigmáticas.
El sector central es transparente. El piloto ve hacia el frente y
calcula, por medio de la computadora, la posición general del espejo y su
concavidad, para "enfocar" el objetivo. D'Envega hizo un gesto con la
mano, como desechando lo que había dicho. Comprenderá que a las
distancias que operamos el piloto en realidad no apunta nada. Todo es
parte de un gigantesco algoritmo que desarrolla la computadora una vez que
ha fijado su posición con un triangulado tridimensional.
También debe fijar su posición en el tiempo.
Bueno, es una forma de decir. Usted sabe que "atrapamos" la imagen
que viaja por el espacio a la velocidad de la luz. Si nos ponemos a la
distancia exacta, estamos atrapando un instante en el tiempo.
¿Cuál es la capacidad de ampliación del telescopio?
D'Envega lanzó una pequeña carcajada.
Disculpe. Es que tal vez sea difícil aprehender la idea, pero este
telescopio no tiene límites de capacidad. Basta con reprogramar una
función y el recorrido será cambiado de tal modo que tendremos un
telescopio de cien mil kilómetros, cien millones de kilómetros o cien años
luz de diámetro. ¿Comprende?
No.
Bien. La nave híper puede moverse por el espacio en saltos que, en
nuestro universo, tienen una duración nula. Uno siempre tiende a imaginar
saltos de varios años luz, o por lo menos de millones de kilómetros, pero
en realidad el desplazamiento que se desee realizar no tiene importancia.
Puede ser un metro, cien kilómetros o mil años luz. Mientras estamos
captando, hacemos saltar a la nave en desplazamientos de sólo mil
kilómetros, justo su tamaño, de modo que vamos ocupando posiciones sobre
una espiral trazada en el espacio. Con esa trayectoria le hacemos cubrir
una gran superficie curva, mientras vamos armando un inmenso rompecabezas.
Un rompecabezas muy aburrido opinó Root.
Sí continuó D'Envega mientras asentía, son sólo hexágonos. Los
hexágonos encajan muy bien entre sí para formar superficies grandes. Sólo
tiene que visualizar un panal de abejas. Es el mejor ejemplo.
¿Y eso para qué sirve?
El algoritmo hace que la nave salte, ocupe un lugar durante un
tiempo muy corto (últimamente lo hemos mejorado a cinco nanosegundos),
durante el cual la computadora memoriza la imagen del telescopio, y luego
vuelva a saltar, una y otra vez, hasta cubrir una inmensa área de forma
más o menos esférica. Cuanto más grande sea el área, mejor será la imagen
que la computadora integrará de las millones de tomas capturadas.
O sea que es un telescopio muy poderoso.
Mucho más poderoso de lo que ningún astrónomo soñó jamás.
Pero ustedes no son astrónomos.
No. Nuestra fundación ha decidido realizar una labor mucho más
interesante, desde nuestro punto de vista, que la de observar astros
lejanos.
Descríbala, por favor.
Bien. Nuestro objetivo es la Tierra. Miramos la Tierra.
No parece muy divertido.
Miramos el pasado de la Tierra. Podemos ir a diez años luz y mirar
lo que pasó hace diez años. Podemos fotografiar todo a la perfección. Ya
le dije que no tenemos límites para nuestra capacidad de aumentar la
definición.
¿Y a distancias mayores?
Es más difícil, pero basta con armar un telescopio mayor y procesar
las imágenes integrando varias tomas. Usted habrá visto nuestras películas
de batallas famosas. Root notó que D'Envega hablaba con mucho orgullo de
los productos de la Fundación.
Lo que no entiendo es cómo pueden mostrar una batalla desde un
punto de vista a ras del suelo. Creí que el telescopio tomaría todo de
arriba. Que se verían cabezas de soldados, cabezas de reyes, cabezas de
campesinos, cabezas y cabezas, pero pocas veces un rostro.
Usted subestima la capacidad de las computadoras actuales. La
imagen se puede rotar como se desee. Incluso, si quisiéramos, podríamos
ver todo desde abajo.
Root asintió. Ajá.
Y bien, ¿está satisfecho?
Fue útil. Claro que lo que explicó podría haberlo leído en un
número viejo de Investigación y Ciencia. Sin embargo, es más interesante
lo que leí en usted. El psicólogo hizo un mutis teatral de unos
segundos. D'Envega se envaró; la confirmación que Root estaba esperando.
¿De modo que su piloto viajó más de dos mil años para tomar esa imagen no
programada?
D'Envega, que estaba de pie frente al escritorio, se derrumbó en su
sillón.
Veo que no podré ocultarle nada.
Root no contestó el comentario.
Interpreto que lo que registró el piloto podría crear una conmoción
dijo, con una seguridad pasmosa.
D'Envega se frotó la sien, ahora sí completamente consternado. Dios
mío, es increíble. No podía terminar de comprender la capacidad de ese
hombre para descubrir cosas en sus gestos. Hizo que hablara para
estudiarme y extraer toda esa información.
Así es contestó con un suspiro.
Entiendo.
Quedaron unos segundos en silencio.
Muy bien opinó de golpe Root, parece un tema complejo. ¿Cuál
cree que es la relación con lo de su esposa?
D'Envega volvió a suspirar.
Ella lo ha estado engañando con un sacerdote.
Un hombre de la Nueva Iglesia Cristiana, ¿verdad?
D'Envega ya no se sorprendía por nada. Exacto contestó.
Root armaba un modelo a toda velocidad.
Y en el viaje de ida su piloto, que debía sospechar algo, detuvo la
nave a sólo, digamos, unos meses luz, y estuvo espiando lo que hacía su
esposa cuando él se encontraba en medio de la misión anterior...
Creemos que debió ser así.
¿Y cómo interpreta su reacción?
D'Envega levantó un puño y lo golpeó suavemente sobre la mesa.
Espero que usted me lo diga.
Root sonrió.
¿De verdad necesita que yo se lo diga? ¿No es obvio?
D'Envega se quedó en silencio.
De acuerdo. Para eso me contrató se acomodó en el sillón. Lo
que él quiere es destruir a su contrincante, al hombre que se acostó con
su bellísima esposa. Evaluó las armas de que disponía. Su nave. Todo
piloto siente que la nave que maneja es su nave. Por eso se fue a dos mil
y pico de años luz y tomó una buena serie de imágenes. Algo explosivo, o
tal vez debería decir destructivo, por lo que interpreto de sus gestos
hizo una breve pausa. ¿Ya habían vislumbrado algo en la información
recopilada en otro viaje, no? ¿En el siglo trece, tal vez? D'Envega no
contestó, pero a Root ya no le importaba su mutismo; podía leer las
respuestas en los músculos de su cuello. Continuó: ¡Para vengarse quiere
asestarle un golpe mortal a toda la Iglesia!
Eso creemos.
Todo esto es muy interesante, pero... ¿para qué me ha llamado?
Quiero que lo convenza.
¿Qué?
El material, por sí solo, no significa nada. Lo tenemos guardado
como el tesoro más importante y peligroso que haya existido jamás. A los
que trabajaron en su procesamiento nadie les creería si no lo mostraran,
sin la prueba concreta. Puedo destruir ese material en el instante que
quiera. Hay otros quince directores de la Fundación en las mismas
condiciones. Todos tenemos el detonador. Pero él quiere que lo demos al
mundo. Lo ha puesto como condición.
¿Como condición para qué?
Para volver. Para entregar la nave intacta. Para no perderse en el
corazón de alguna estrella, supongo. Para no cometer cualquier locura que
se le haya ocurrido. Tiene que entender que está loco. Absolutamente loco.
Lo entendí desde un primer momento. Lo que no quiero aceptar son
sus motivaciones. ¿Qué es lo que quieren? ¿Cambiar su dinero por el
derrumbe de una religión? Déjelo desaparecer. Evitará una conmoción en una
sociedad que ya...
¡No es sólo el dinero que cuesta la nave! ¡Lo queremos a él, lo
queremos de vuelta! se frotó las sienes con ansiedad. Y usted puede
convencerlo.
Era más una pregunta que una afirmación.
Root analizó motivos y motivaciones a toda velocidad. No le resultaba
fácil llegar a una decisión, pero era preciso que lo hiciese pronto. De
eso estaba seguro, aunque todavía no supiera por qué. Era importante, muy
importante.
Está bien. Lo intentaré.
Estaban solos en la sala de comunicaciones, enfrentados con una docena de
pantallas gigantes de computación donde el drama se desarrollaba en un
carnaval multicolor.
Sólo dos pantallas centrales mostraban imágenes de la nave. Una era
un primer plano frontal; la otra una toma simulada donde se veía a la nave
colgando sobre la Tierra, dos siluetas brillantes enmarcadas por el telón
oscuro del espacio y las estrellas.
No tenían imagen real de Lardii; él había cortado el enlace
electromagnético entre la base de la Fundación y la nave. De cualquier
modo igual tenían algo: una de las pantallas mostraba un rostro simulado
construido por la computadora en base a su banco de datos visuales, un
Lardii irreal que movía sus facciones del modo que según la máquina
interpretaba las hubiese movido el verdadero al decir lo que decía.
Lardii abría y cerraba a su antojo el enlace de audio. Root había
estado más de dos horas intentando iniciar un diálogo, pero el esfuerzo
había resultado infructuoso. De vez en cuando las placas sonoras emitían
una frase o un epíteto del astronauta. Luego el enlace se interrumpía. Y
volvía el silencio.
A cada segundo transcurrido, el ambiente se cargaba de mayor
nerviosidad. La nave se venía aproximando más y más a una posición que se
podía volver peligrosa era un gigante de mil kilómetros de diámetro
compuesto de piezas sueltas muy difíciles de sostener unidas ante una
gravedad en aumento, de modo que temían que la locura de Lardii lo
llevase a estrellar su nave contra la misma Fundación.
Eso sería una catástrofe gigantesca.
Como sea. Lo destruiré dijo la pantalla. El falso Lardii movió
sus facciones de un modo más o menos convincente, pero para Root no era
más que un espectro de electrones, un fantoche. No podía leer nada a
partir de una imagen creada al procesar un banco de datos que tenía
memorizado a un hombre cuerdo y razonable. Faltaba el elemento principal
que había causado todo eso: El dolor. La locura.
Intentó hablar con él, llamándolo reiteradamente por el enlace, pero
el contacto se mantuvo cerrado por el otro extremo. La comunicación era
unilateral. Un monólogo.
Hijo de puta...
¡Lardii, por favor!
Lardii no quería escuchar nada. Esperaba que la Fundación emitiese la
nueva película al mundo. Era su condición. Lo único que habían podido
conversar mientras la nave se acercaba y tomaba posición orbital.
D'Envega se retorcía las manos, mientras el tiempo corría a una
velocidad de vértigo en el contador de la pantalla. Las cosas se ponían
difíciles. La misma Fundación había complicado todo. Root se había opuesto
usando el máximo de su persuasión, pero la junta de directores había
votado por una medida que consideraban esencial para la seguridad de
todos. Ahora ya no existía la posibilidad de emitir el material: estaba
destruido. Sólo quedaban los registros crudos que Lardii traía en las
entrañas de su supercomputador. Un material que servía para poco si no era
procesado por los equipos de la Fundación.
Lardii, por supuesto, no lo sabía. Pero Root temía que pudiese captar
algo en su voz, en la inflexión de sus palabras. Los locos se volvían muy
perceptivos. Peligrosamente perceptivos.
Lardii... ¿me escucha? ¿Me escucha? insistió Root. Necesitamos
conversar con usted. Conteste, por favor...
Silencio.
Root observó las pantallas. El espejo derivaba con lentitud alrededor
del globo azulado. La computadora era detallista. Sobre la cara oscura del
planeta se veían las constelaciones difusas de las megaciudades
terrestres. Muchas personas debían estar durmiendo con tranquilidad, o
haciendo el amor, mientras un monstruo de mil kilómetros de diámetro se
deslizaba como un fantasma sobre sus cabezas. Del otro lado habría gente
trabajando, gente durmiendo, haciendo el amor o profesando su odio. Muchos
sentirían en ese instante, en millones de ceremonias repetidas en cada
huso horario, que era bueno que las pantallas ofrecieran cada sesenta
minutos un mensaje que había sido limpiado de las represiones obsesivas,
prohibiciones estúpidas y oscuridades que el fanatismo de unos hombres
enfermos había impuesto en la edad media, distorsionando del todo su
significado. La Nueva Iglesia Cristiana, una iglesia cuya única estructura
era la palabra de un hombre que peregrinaba en el desierto mucho tiempo
atrás, había prendido fuerte en una civilización gastada que había sido
llevada a un límite de miseria por la polución, el hambre, la guerras y la
degradación constante de todos los valores humanos. Después de una guerra
atroz, la Nueva Iglesia había sido el ancla que había sostenido a una
humanidad que se hundía. Y ahora todo podía caer en la catástrofe si...
Root captó un detalle que hasta ahora se le había escapado. Una
pantalla lateral mostraba el seguimiento de la línea de enfoque del gran
espejo, indicando hacia dónde apuntaba. Un instante antes las coordenadas
estaban centradas sobre ellos mismos, la megaciudad de la Fundación. Ahí
habían estado durante un par de horas. Ahora se deslizaban, alejándose
hacia un objetivo desconocido.
Un telescopio.
Root sintió una sensación extraña que le corría por la espalda.
¿Dónde está ella? preguntó, erizado por una nerviosidad
creciente.
¿Qué? D'Envega lo miraba como si le hubiese hablado en otro
idioma.
¿Dónde vive la esposa de este hombre?
D'Envega reaccionó.
A unos minutos de aquí. Se mudaron hace...
Root lo interrumpió.
¿Sabe que él está de vuelta?
La musculatura facial de D'Envega le respondió antes de que brotaran
las palabras. ¡Malditos idiotas!
No estaba diciendo D'Envega en un susurro.
Telescopio. Es un telescopio.
La mente de Root saltó un instante al pasado, a un recoveco
polvoriento de sus recuerdos. Tenía once años. Su padre había terminado de
reparar el viejo torno del abuelo. Las cosas se habían puesto difíciles y
las empresas reducían sus gastos despidiendo personal semana a semana. Al
quedar sin trabajo, su padre había decidido que no iba a salir a mendigar
un puesto roñoso para que después le pagaran con una limosna. Cómo era
hábil con la mecánica, había pensado de inmediato en revivir el
herrumbrado taller del abuelo, que dormía un sueño de olvido debajo de
pilas de polvo y basura. Lo más duro había sido rehacer las conexiones
eléctricas del torno. Luego de horas de luchar con fases y neutros y
reponer cables que parecían no tener razón para existir ni un lugar lógico
donde ser conectados, había llegado el momento de la prueba. Su padre
estaba frente a los comandos del viejo monstruo destartalado y él,
pequeño, excitado y temeroso, sostenía la palanca de corte de potencia. La
sensación general era de peligro. Su padre le había señalado un alambre
grueso que colgaba atrapado entre dos bornes agrisados por el tiempo y le
había dicho esa frase que se había quedado ahí, en un primer plano de su
conciencia, y luego había podido aplicar tantas veces a tantas situaciones
de la vida:
No sé qué puede pasar, ¡esto es cualquier cosa! Cuando el fusible
empieza a brillar, es porque está por saltar algo, así que mirá el alambre
con atención. Si se pone al rojo, bajá la llave enseguida.
Root atesoraba la frase y le parecía adecuada a la situación de los
seres humanos que buscaban su ayuda. Cuando el fusible empieza a brillar
las personas también estallan. Curiosamente, aquella vez no había sido
necesario que actuara. El viejo torno había vuelto a la vida con un
ronroneo dulce y ambos habían aplaudido con alegría. Pero después, mucho
después, había visto brillar miles de fusibles...
De pronto Lardii volvió a romper el silencio. Dijo sólo tres
palabras; una frase pequeña. Para Root, la percepción de todos los
detalles y su integración en un resultado fue instantánea. La hora. La
posición. El reflejo del sol sobre el borde del gran espejo. La inflexión
de las últimas sílabas del astronauta llegando como si pasaran a través de
una pared de algodón; una voz expresando locura.
Vanessa, te quería...
Root sintió que los músculos de la garganta se le endurecían.
D'Envega exclamó, sin pensarlo, unas palabras que sonaron como una
maldición: ¡Dios mío!
Root se levantó de la silla y emitió el grito más animal de su vida.
La imagen computada intentó seguir el movimiento fugaz de la nave danzando
su algoritmo de muerte.
Esta vez la Tierra dejaba de ser el objeto para convertirse en el
objetivo. Lardii había calculado una configuración diferente para su
alocado viaje de nanosegundos. Sol-Tierra. Objeto y foco.
Root tuvo tiempo de armar una imagen en su mente: los espejos
parabólicos de un horno solar enfocando los rayos del sol sobre un blanco
de prueba. Una humareda repentina. Volatilización.
Antes de que la computadora muriese, la pantalla mostró un fogonazo
de brillo creciente. Pero el resplandor que entró por la ventana un
instante después fue mucho, mucho mayor.
Fin del boletín, gracias por leerlo.