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Ribera del Duero
La Ribera del Duero es, actualmente, para el consumidor español, una referencia ineludible de calidad. Si Rioja equivale a clasicismo y el Priorat a vanguardia, la Ribera es actualidad, el vino de moda en muchos círculos y, tal vez, el que el aficionado español medio mejor comprende. Y llama la atención comprobar que la denominación tiene poco más de veinte años y que la mayor parte de las marcas que se comercializan y las casas que las elaboran, mucho menos. Los vinos de mejor aceptación entonces –y recordemos que hablamos de los años setenta y ochenta– no eran los elegantes y carnosos tintos de hoy, sino unos claretes mucho más sencillos. Había marcas con tradición, eso sí: en Valbuena de Duero, la centenaria Vega Sicilia, mito por antonomasia del vino español; Protos en Peñafiel, Torremilanos en Aranda y no mucho más.
La denominación arranca en 1982 con diez bodegas inscritas, que se elevan a más de 160 en la actualidad. Si citásemos sólo algunos nombres de las que han destacado en estos años podríamos mencionar el tinto Pesquera, Matarromera, Alión, Arzuaga, Balbás, Emilio Moro, los hermanos Pérez Pascuas y sus Viña Pedrosa, Ismael Arroyo y sus Valsotillos, Hacienda Monasterio, Carmelo Rodero, Valduero, Señorío de Nava, Vizcarra, Valderiz, Valtravieso, los Pagos de Carraovejas y Capellanes, Condado de Haza...
Este éxito viene dado por una variedad noble de uva –la tinta del país o tempranillo, que ocupa el 85% del viñedo–, cultivada en unos suelos ideales para obtener calidad, y por una climatología continental extrema que le aporta complejidad y finura. Hay quien considera a la tinta del país una variedad diferenciada de la tempranillo y hay quien entiende que son la misma. En cualquier caso, se trata de una adaptación local especialmente exitosa al ciclo vegetativo corto de la Ribera del Duero, a sus calores estivales, sus fuertes heladas primaverales y su invierno duro y seco. La maduración lenta con un contraste acusado entre las temperaturas diurnas y las nocturnas favorece su carácter aromático, un factor que viene dado por la altitud de la comarca, con viñedos comprendidos entre los 700 y los 1.000 metros sobre el nivel del mar.
El resto de variedades son complementarias. Cabernet, merlot y malbec pueden aportar aptitud para la guarda, toques balsámicos y frutosidad; garnacha y albillo están condenadas a desaparecer y, de hecho, se está favoreciendo su sustitución, ya que no ofrecen rasgos interesantes.
La mayor parte de estos vinos son tintos y resultan especialmente atractivos los de guarda que pasan por barricas de roble. Pueden llevar la clasificación usual en crianza, reserva y gran reserva, pero es cada vez más frecuente omitir este dato sin merma de su calidad y estilo. Existe también un pequeño número de rosados que completan la gama de las bodegas.
 
Una conjunción única de factores de calidad son la razón del éxito de los tintos más famosos de Castilla y León.
Situación geográfica y extensión: 13.500 hectáreas en las provincias de Valladolid, Burgos, Soria y Segovia.
Algunos términos municipales incluidos: Valbuena de Duero, Pesquera, Quintanilla de Onésimo, Peñafiel, Pedrosa, Roa, La Horra, Sotillo de la Ribera, Aranda de Duero y San Esteban de Gormaz.
Consejo Regulador: Hospital s/n. 09300 Roa de Duero (Burgos). Fundado en 1982.
Página Web: www.do-ribera-duero.es
Variedades de uva: Blancas: albillo. Tintas: tinta del país, tinto fino o tempranillo, garnacha, cabernet sauvignon, merlot y malbec.
Las bodegas Vega Sicilia, con unos vinos de legendaria reputación, se destacan por encontrarse a la vanguardia del buen hacer enológico. Junto a Pablo Álvarez, dos figuras clave para la calidad de sus tintos son el enólogo Xavier Ausàs, director técnico de las bodegas, y Carlos Rúbies, director de Viticultura.
¿A QUÉ SABE UN RIBERA DEL DUERO?
Un tinto clásico tendrá un color ligeramente subido, un aroma en el que la fruta de la tempranillo –mora, mermeladas rojas, ciruela– vendrá matizada por las notas balsámicas, tostadas y especiadas de su crianza en barrica y, si tiene cierto tiempo en botella, sumará a estos rasgos ciertos recuerdos de cuero. En boca encontraremos potencia de sabor y frescura, cuerpo y carnosidad sin excesos y un regusto tánico que debe contribuir a su buena guarda y evolución sin resultar duro ni seco. Es decir, en pocas palabras: una conjunción de carácter frutal concentrado, elegancia y poder sin rudeza. Por supuesto que todas estas virtudes ideales se dan sólo en un número contado de casos, pero todo buen elaborador de la zona intentará, de alguna forma, acercarse a este modelo que, en los mejores ejemplos, puede engrandecerse con las notas aromáticas propias del terruño en el que crecen las viñas.
Sin embargo, en los sencillos Ribera del Duero que podemos encontrar a precios medianamente asequibles en comercios y restaurantes, cabe pedir que su carácter afrutado de tempranillo sea limpio, que mantenga buen equilibrio con el roble y que su boca resulte placentera, suficientemente fresca y sabrosa.
MARIDAJE
La pareja inseparable de los más sencillos tintos del Duero son siempre los asados castellanos, de lechazo o cochinillo. Pero también pueden acompañar estupendamente estofados, platos de setas, mollejas y parrilladas al estilo argentino. Los reservas de las grandes marcas, más solemnes, irán bien con chuletón de buey, solomillo Rosini, tournedos de añojo y queso castellano bien curado. Mientras que los tintos de alta gama más modernos se adaptan bien al jarrete de ternera, la papada de cerdo, el confit de pato o platos de caza mayor como el corzo o jabalí.